Isabel estaba junto a la ventana, observando las gotas de lluvia deslizarse por el cristal, dibujando caprichosos trazos. Diecisiete años, ¿era mucho o poco? Recordaba cada día de su matrimonio, cada aniversario, cada regalo. Y ahora todo se derrumbaba.
“Tenemos que hablar”, dijo Javier.
“Me voy, Isabel. Con Lucía.”
Silencio. Solo el tictac del viejo reloj de pared, un regalo de su madre, rompía la calma de la habitación.
“¿Con esa alumna de tu facultad?”, preguntó ella con una serenidad que la sorprendió a sí misma.
“Sí. Entiéndelo, mis sentimientos han cambiado. Quiero emociones nuevas, sensaciones diferentes. Eres una mujer inteligente, deberías comprenderlo.”
Isabel sonrió.
“¿Estás seguro?”, inquirió.
“Claro”, respondió él. “Ya he hecho las maletas.”
Entonces, ella se acercó al armario y sacó esa botella especial que habían guardado para una ocasión.
“Bueno, supongo que este es un momento muy especial”, comenzó a descorchar la botella. “¿Sabes qué? Propongo que celebremos una cena de despedida. Invitemos a tus amigos, a tu familia. Al fin y al cabo, diecisiete años no son ninguna tontería.”
Javier la miró, sorprendido:
“¿Quieres… quieres organizar una fiesta por nuestro divorcio?”
“¿Por qué no?”, sonrió ella. “Terminemos nuestra vida en común con estilo. Después de todo, soy una mujer inteligente, ¿recuerdas?”
Comenzó a enviar mensajes a familiares y amigos.
“Mañana a las siete de la tarde. Prepararé tus platos favoritos. Considéralo mi regalo de despedida.”
Javier se quedó parado, sin saber qué decir. Esperaba lágrimas, nervios, reproches… cualquier cosa menos esta tranquila aceptación.
“Ah, y dile a Lucía que también está invitada. Quiero conocer a la chica que logró lo que yo no pude en todos estos años: despertar algo nuevo en ti.”
El día siguiente comenzó terriblemente temprano para Isabel.
Llamó meticulosamente a los bancos, se reunió con su abogado y preparó los documentos. Todo estaba listo.
Al caer la tarde, su amplio piso se llenó del aroma de platos exquisitos. Isabel puso la mesa con la vajilla más fina, un regalo de boda de su suegra.
“Todo tiene que ser perfecto”, murmuró.
Su suegra, Carmen, la abrazó con incomodidad:
“Issi, quizá aún hay oportunidad de cambiar las cosas…”
“No, mamá. A veces hay que tomar la decisión correcta y soltar.”
Poco a poco, los amigos fueron llegando.
“Pasad, sentaos”, les indicó Isabel, señalando la cabecera de la mesa. “Esta noche, sois los protagonistas.”
Cuando todos estuvieron sentados, Isabel se levantó con una copa en la mano:
“¡Queridos amigos! Hoy es un día especial. Nos reunimos para celebrar el final de una historia y el comienzo de otra.”
Se giró hacia Javier:
“Javi, quiero agradecerte estos diecisiete años juntos. Por todo lo bueno y lo malo que compartimos. Me enseñaste muchas cosas. Por ejemplo, que el amor puede tomar muchas formas.”
Un murmullo incómodo recorrió la sala. Lucía jugueteaba con una servilleta, evitando las miradas.
“Y también me enseñaste a fijarme en los detalles”, continuó Isabel. “Sobre todo, en los financieros.”
Comenzó a extender los documentos:
“Este es el préstamo de tu coche, a nombre de nuestra cuenta conjunta. Estos son los impuestos atrasados de tu empresa. Y esto—esto es especialmente interesante—son los recibos de restaurantes y joyerías del último año. Supongo que querías impresionar a Lucía.”
Javier palideció. Lucía levantó la cabeza bruscamente.
“Pero lo más importante”, dijo Isabel mientras sacaba el último documento, “es nuestro acuerdo prenupcial. ¿Recuerdas firmarlo sin leerlo? Hay una cláusula interesante sobre la repartición de bienes en caso de infidelidad.”
El silencio en la habitación se volvió ensordecedor.
“El piso está a mi nombre”, continuó ella. “Ya he congelado las cuentas. Y la demanda de divorcio se presentó anoche.”
Se dirigió a Lucía:
“Cariño, ¿estás segura de querer atar tu vida a un hombre sin casa, sin ahorros y con deudas hasta el cuello?”
“Disculpad, tengo que irme”, murmuró Lucía.
Carmen movió la cabeza:
“Javi, ¿cómo pudiste? No te criamos así.”
“Mamá, no lo entiendes…”, empezó él, pero su padre lo interrumpió:
“No, hijo, tú no entiendes. Diecisiete años no son ninguna tontería. Y lo has echado todo a perder… por un lío con una alumna.”
Los amigos guardaron silencio, evitando mirarse. Solo Miguel, el mejor amigo de Javier desde el colegio, susurró:
“Javi, la has cagado bien.”
Isabel permaneció de pie, con la copa en alto.
“¿Sabes qué es lo más curioso? Todos estos años creí que nuestro amor era único. Que éramos como esas parejas de cuento que permanecen juntas hasta el final. Pasé por alto tus noches trabajando, tus llamadas raras, tus corbatas y camisas nuevas.”
Bebió un sorbo.
“Y entonces empecé a fijarme en los recibos. Joyerías, el restaurante ‘La Perla’, el spa… Qué gracioso, ¿no? La llevabas a los mismos sitios donde me llevaste a mí.”
Lucía regresó, pero no se sentó. Se quedó en la puerta, aferrando su bolso.
“Javier, creo que tenemos que hablar. A solas.”
“Claro, cariño”, se levantó, pero Isabel lo detuvo con un gesto.
“Espera. No he terminado. ¿Recuerdas nuestro primer piso? Aquel estudio en las afueras. Éramos tan felices allí. Decías que no necesitábamos nada más que estar juntos.”
Sonrió.
“Y ahora mírate. Trajes caros, un coche de lujo, una amante joven… Pero el truco es que todo está construido sobre mentiras y deudas.”
La voz de Lucía tembló: “Me dijiste que estabas divorciado. Que vivíais separados. Que ibas a comprarnos un piso.”
“Lucía, te lo explico todo.”
Un silencio pesado llenó la habitación. Sin mediar palabra, Lucía giró y salió corriendo del piso.
“Isabel”, Javier se llevó las manos a la cabeza. “¿Por qué haces esto?”
“¿Por qué?”, se rio ella. “¿Qué esperabas? ¿Que llorara y te rogara que te quedaras? ¿Que me arrastrara a tus pies?”
Miró alrededor.
“¿Sabes qué es lo más gracioso? Realmente lo amé. Cada arruga, cada cana. Hasta sus ronquidos me resultaban entrañables. Estaba dispuesta a envejecer a su lado, a criar nietos.”
“Hija”, susurró Carmen, “quizá no merece la pena.”
“No, mamá, sí que la merece”, alzó la voz por primera vez esa noche. “Que todos lo sepan. Que sepan cómo tu hijo pidió préstamos para comprar regalos a sus amantes. Cómo usó nuestro dinero. Cómo nos mintió a mí, a vosotros, a todo el mundo.”
Extendió otro documento:
“Y esto es aún mejor. ¿Recuerdas, Javi, que hace tres meses me pediste firmar unos papeles? Dijiste que eran para Hacienda. Resulta que era un aval para otro préstamo. ¿Hipotecaste mi coche? ¿En serio?”
“Hijo”, el padre de Javier se levantó con pesadez, “nosotros también deberíamos irnos. Llámame cuando… cuando recapacites.”
Carmen ab”Y así, mientras Javier se quedó solo entre las ruinas de su vida, Isabel cerró la puerta del pasado y caminó hacia el sol de Madrid, libre al fin.”