Te ofrezco una fortuna si aceptas ser mi esposa por un mes”, dijo el poderoso a la mujer desamparada.4 min de lectura

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La lluvia caía sin piedad sobre las calles de Madrid mientras un hombre con traje de diseño italiano se arrodillaba junto a una joven refugiada bajo el alero de su edificio corporativo. La tela de su pantalón se manchó de barro, pero ya nada de eso le importaba. Sofía Jiménez alzó la mirada, sorprendida. Sus ojos verdes brillaron con desconfianza y curiosidad al estudiar al desconocido que tenía frente a ella. En los últimos meses había aprendido a leer a las personas en la calle, y este hombre emanaba una desesperación que casi igualaba la suya.

“Perdona.” La voz de Rodrigo sonó ronca por el frío de la noche. Sacó un fajo de billetes de su cartera, las manos le temblaban ligeramente. No podía creer lo que estaba a punto de hacer, pero recordó las palabras de su abogado. “Seis meses, Rodrigo. Tienes seis meses para casarte y permanecer casado ese tiempo, o perderás todo el imperio hotelero de tu familia.”

“Te pago 20.000 euros si aceptas casarte conmigo durante seis meses”, dijo, tendiéndole el dinero. “Solo es un trato de negocios, nada más.”

Sofía se levantó lentamente, ignorando el billete. A pesar de su ropa empapada y su situación desesperada, su postura irradiaba dignidad. Rodrigo se sorprendió al ver que, incluso así, mantenía la cabeza alta.

“¿Qué te hace pensar que me vendería por dinero?”, preguntó, cruzando los brazos.

“No… no es así como suena”, respondió él, pasándose la mano por el cabello mojado. “Escucha, sé que esto parece una locura, pero mi abuelo dejó una cláusula en su testamento. Si no me caso antes de cumplir los 33 y permanezco casado seis meses, pierdo la herencia familiar. Mi cumpleaños es en dos semanas.”

Sofía lo estudió con esos ojos penetrantes. “Seguro que tienes una prometida, o al menos una lista de candidatas más adecuadas.”

Una risa amarga escapó de los labios de Rodrigo. Tres horas antes, había descubierto a su prometida Lucía en la cama con su socio comercial, Javier. La traición aún le quemaba como ácido. “Mi prometida me engañó con mi mejor amigo”, admitió. “Y las mujeres de mi círculo buscan algo permanente, algo real. Yo solo necesito cumplir con los requisitos legales.”

Sofía guardó silencio unos instantes, procesando la información. A lo lejos, el ruido del tráfico se mezclaba con el constante repiqueteo de la lluvia. Rodrigo vio justo el momento en que su expresión cambió, la vulnerabilidad reemplazando a la desconfianza.

“Mi hermano menor necesita una operación de corazón”, confesó. “Daniel tiene 16 años, y sin esa cirugía, no llegará a los 18.”

Las palabras golpearon a Rodrigo como un puñetazo en el estómago. De repente, entendió por qué esta mujer había acabado en la calle. No era por drogas, alcohol o malas decisiones. Era por amor, por sacrificio, por intentar salvar a alguien que amaba.

“¿Cuánto cuesta la operación?”, preguntó.

“180.000 euros.”

Rodrigo guardó el dinero y se levantó, sintiendo el agua fría escurrirse por su cuello. La miró a los ojos, viéndola por primera vez de verdad. No era solo una solución a su problema, sino una mujer inteligente y fuerte, capaz de sacrificarlo todo por su familia.

“Te propongo algo diferente”, dijo. “180.000 euros para la operación de tu hermano, más 8.000 euros al mes durante seis meses. A cambio, necesito que seas mi esposa legalmente durante ese tiempo. Después, divorcio limpio, sin complicaciones.”

Sofía lo estudió. “¿Y qué garantía tengo de que cumplirás tu parte? No te conozco.”

“Contrato legal revisado por abogados independientes. El dinero para la cirugía se depositará en una cuenta fiduciaria antes de la boda. Si yo incumplo, te quedas con todo y el matrimonio se anula.”

Por primera vez desde que comenzó esta conversación surrealista, Sofía pareció considerar seriamente la propuesta. Rodrigo vio la batalla interna en sus ojos: orgullo contra desesperación, amor por su hermano contra la humillación de la situación.

“Si en algún momento descubro que me has mentido”, dijo finalmente, “el trato se cancela, y te demandaré por todo lo que tengas.”

Una sonrisa genuina apareció en el rostro de Rodrigo por primera vez en días. “Me parece justo”, respondió. “Esto va a ser más interesante de lo que pensaba.”

Ninguno de los dos imaginaba cuán proféticas resultarían esas palabras.

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