Venganza en el Ascensor: Un Giros Inesperado2 min de lectura

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Mi esposo y mi mejor amiga me engañaron en lo que creí sería el día más feliz de su vida. Sin embargo, el destino tenía otros planes. Era un día como cualquier otro, o eso pensaba yo.

Tras semanas de preparación, mi marido, Alejandro, estaba a punto de presentar un proyecto crucial en un evento empresarial en el que había trabajado sin descanso.

La presión era grande, pero él estaba listo.

La noche anterior, lo había preparado todo con esmero, incluso su plato favorito, y al marcharse por la mañana, le deseé suerte con una sonrisa que ocultaba mi creciente inquietud.

Él se fue, sin sospechar lo que estaba por ocurrir.

Mientras limpiaba la casa, descubrí que había olvidado su portátil.

Aquella presentación tan importante estaba guardada allí, y no podía permitir que su esfuerzo se arruinara por un descuido.

Decidí llevársela al hotel donde se celebraba el evento para salvarlo de un desastre.

Al llegar, algo no cuadraba. El hotel, que solía estar lleno de gente, estaba vacío.

Confundida, pregunté en recepción por el acto, pero la empleada me dijo que no había ningún evento programado.

Insistí, pidiendo que revisara si había alguna reserva a nombre de Alejandro.

Tras un silencio incómodo, confirmó que sí había una habitación registrada bajo su nombre y me dio el número.

Con el corazón en un puño, subí con cautela.

Al acercarme al pasillo, escuché risas, murmullos y algo que me heló la sangre: besos.

Miré con discreción y vi a Alejandro y a mi mejor amiga, Lucía, cogidos de la mano, camino de la habitación.

El dolor me atravesó como una espada, pero en lugar de enfrentarlos, tomé fotos como prueba.

No podía creerlo, pero tampoco iba a permitirlo.

Me escondí, con lágrimas en los ojos, sabiendo que me vengaría.

Bajé al vestíbulo, donde la recepcionista, al ver mi angustia, se ofreció a ayudarme.

Juntas ideamos un plan magistral.

Con complicidad, me guió hacia un ascensor privado, sin registro.

Cuando ellos, confiados, entraron y pulsaron el botón, ignoraban que yo estaba allí.

Las puertas se cerraron.

Mientras el ascensor subía, dejé caer una bolsa de golosinas al suelo, sembrando confusión.

Y mientras ellos intentaban entender qué pasaba, las puertas se sellaron para siempre, sin saber que su suerte estaba echada.

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